Había salido de Sagrario, a lomo de mula por los caminos selváticos de recuas bajo alboradas tupidas de la cordillera de la costa que separa el litoral de los valles centrales, para ir a la estación El Consejo, de ahí subiría al tren con dirección a la Capital, para gestionar mi nacionalidad. Ya había decidido permanecer cerca de Elena, hasta el ocaso de mi vida.
El trayecto fue realmente agotador, tres días hasta el pequeño pueblo de El Consejo, enclavado en medio de vastos cañaverales que se extendían como una alfombra verde tapizando todo a lo largo y ancho del valle, hasta donde se pierde la vista en ambos horizontes, Este y Oeste.
Remontar la Cordillera de la Costa por la cara del Litoral, dejando abajo las playas de eternas arenas blancas, es un deleite para la vista, un refugio para la inspiración. Subir por el bosque nublado cubierto de enormes Cedros, al acecho de los Cunaguaros, que durante las noches rugían reclamando el coto de caza que les pertenecía. Cuando alcanzas la cumbre, a unos 2.400 metros sobre el nivel del Mar, se abre la panorámica, la inmensidad del Mar Caribe, bajo las nubes, te hace sentir insignificante ante la grandeza de la creación. Tocar la cumbre es apreciar los dos lados de la cordillera, al otro lado los valles cultivados, las chimeneas de trapiches y destilerías, de lo que sin duda es el mejor Ron, que he probado. Si esto no es el paraíso terrenal debe ser muy parecido.
Oscurecidas, pintarrajeadas en azules degradados por la lejanía se apreciaban las grandes montañas de la cordillera, como gigantes dormidos sobre la pradera habían quedado atrás al paso de las bestias, al mismo tiempo que mi corazón se aceleraba por la aflicción que produce dejar la hoguera encendida en la soledad de la Casa de Miralejos, la amada en gestación al cuidado de la Peonada, en plena cosecha del Cacao. Alejarse me hace sucumbir en el pasado, escribir se convierte en el único refugio para sustituir la nostalgia por la esperanza del reencuentro. Descubrir a Elena, cada día, complementa lo que soy, es el espejo de mi ser.
Sentado escribía en la mesa de la pequeña estación, me incorporé en el andén, el reloj colgado en el techo marcaba las 10:57, de aquella mañana, era el 23 de agosto de 1932, hora pautada para una despedida, partiría por última vez una vieja locomotora de vapor-carbón. La Gavilán, haría su último viaje al garaje de la estación, donde quedaría como fiel recuerdo de las vivencias, del pasado de una generación, del murmullo, del cortejo, de romances de media noche en los pasillos del tren. El maquinista fue soltando pausadamente los frenos de la locomotora, encendió la luz frontal de acetileno al mismo tiempo que tocó las campanas e hizo sonar seis veces el silbato, para advertir la partida, el vapor expulsado por la presión de la caldera nublaba el ambiente, con ella se iba una parte de mi pasado, alcé la mano para despedirla. Se fue perdiendo en los durmientes de la vía que se internaba en el bosque, oscuro y melancólico de una mañana de invierno. Volví la mirada a la servilleta manchada y arrugada para interpretar los trazos liberados de mi intimidad, atisbos de la consciencia que brotan y manchan el papel. Leí en silencio…
Quien me puede robar los sueños.
Dormido sueño que despierto ahí.
Ahí, donde estás tú.
Para que despertar si estoy en paz, sumergido en la serenidad.
Vivo en la nada para descubrir la única forma de amar.
El amor que toca todo y te enseña la luz.
Ahí, donde estas tú.
Puedo reconciliar mi existencia.
Porque fuiste tú quien me enseñó el camino.
Me enseñaste a ver un mundo diferente, sin fronteras.
Aprendí a ver la vida sobre las cenizas.
Ahí, donde estas tú.
Está el amor a cambio de nada.
Están los cuerpos carcomidos por la urgencia de la caricia.
Dos rosas sin espinas.
La mirada que no pregunta -entra.
Porque fuiste tú quien me enseñó a ver la ingenuidad del niño con la conciencia del hombre.
Ahí, donde estas tú.
Está el principio y el fin.
La conciencia y la locura.
La risa y el llanto.
El Calor y el frío.
Lo dulce y lo amargo.
El Amor y el odio.
Porque fuiste tú quien me enseñó a dar sin esperar nada.
Ahí, donde estas tú.
Puede haber todo, pero nunca el olvido.
Quien puede olvidar el cielo.
Nadie!
Sin embargo, el dolor forma parte del amar.
Las nubes estaban por desbordarse y caer como cántaros de agua sobre el pueblo, ya goteaba pertinazmente sobre el techo de la estación, la fuerza de la brisa arrancó la servilleta de mis manos, remontó tan alto que la perdí de vista en el cielo entre torbellinos que hicieron volar la inspiración, quien sabe porqué caprichos del destino. Ya no le negaba nada a los instintos que me habían devuelto a la vida. Agarré el sombrero y caminando de prisa, fui a buscar refugio en la Cantina de la plaza, era el único lugar para degustar un sabroso café cerrero. En la última silla de la barra estaba COMO NUNCA, así le llamaban, estaba como siempre, completamente ebrio.
-Perdónalos Señor porque no saben lo que hacen, perdónalos –decía una y otra vez.
-¿Amigo por qué dices eso? – pregunté.
- Pasé por la Iglesia, como cada mañana a pedir perdón por mis pecados, para poder tomar en paz hasta quedar inconsciente de la borrachera para poder olvidar y, no sabe usted qué –contestó.
Meditativo se quedó con la mirada fija en la botella de aguardiente, aferrando con fuerza sus manos al borde de la barra para no caer al piso.
- ¿Qué? –pregunté nuevamente.
-Bueno, otra ceremonia, otro matrimonio, no, que pecado, que inocencia tan grande, no sé porqué no me consultan, yo antes de ser un borracho era un marido de los buenos y mira donde terminé, ahogando las penas en un vaso de alcohol, no, es un pecado. Si usted hubiera visto al inocente, un muchachito, es que anteayer mismo lo vi en los cañaverales alzando papagayos y jugando trompo. Esperé que saliera el cortejo -esas criaturas estaban pálidas del compromiso.
No pude hacer silencio ante tal afirmación.
- Sabe usted, cada quien tiene una forma de ver las cosas dependiendo que instrumento toca en la orquesta de la vida. Cada experiencia, cada individuo, cada pareja es diferente. Claro que las crisis surgen cuando dos cuerpos se reconcilian en la intimidad y después no llega la reconciliación de las dos almas -el amor, lo que crea un profundo vacío difícil de llenar, la tristeza llega al ruedo con una mezcla de amargura. Es la estocada final. Por eso estoy aquí. Lo importante es la libertad, no puede haber amor si no hay libertad para ser.
-Usted es un hombre cultivado, habla bonito y puede que tenga razón, pero en el fondo después que pasan los años todas las relaciones son muy parecidas, una especie de conformidad con cansancio. Que se lo digo yo, que vivo en esta barra y soy testigo omnipresente de todos los cuentos y penas de este pueblo.
-Será como un testigo presente –corregí.
-No, no, entiéndalo bien, testigo omnipresente, porque yo puedo estar en cualquier lugar de esta barra, dependiendo de si estoy entrando o estoy saliendo. Quizás saliendo me cuesta un poquito más.
En estos valles la amabilidad, la sencillez de la gente, es única, sin ambigüedades ni protocolos para el acercamiento, para conversar y compartir. La cordialidad brota por los poros y contagia. Aquel hombre era un diario, sabía la historia de estas tierras, todo el acontecer de las calles incluyendo las intimidades detrás de las puertas y los encuentros clandestinos de zaguanes, en aquella barra recogía todas las glorias y quebrantos de un pueblo que por ser pequeño los chismes corrían como pólvora y lo convertían en un infierno grande. La verdad es que para mí, que era un forastero y desconocía sus intimidades, me parecía un lugar de paso muy apacible, con sus encantos, su folclore, sus cuentos de media noche, sus brujas, sus misterios, una historia llena de gloria, incluso de luchas por la independencia. No quería partir sin concluir el mensaje que deseaba dejar sembrado en este hombre. La verdad es que me cayó bien. -Proseguí.
- Según la forma en que veo las cosas la relación entre dos personas debe ser libre, espontánea sin ataduras de instituciones, sin cadenas, totalmente independiente, lo que implica que si cada uno es independiente del otro, la dependencia es el amor que los une, esa necesidad de relacionarse y descubrirse uno al otro cada día, si por alguna razón se desvanece la necesidad de descubrirse, lo que es totalmente natural, cada quien puede seguir un camino diferente, conservando la amistad. Desde luego que para ello no hay que dejar que el vaso se colme de desencantos, eso acabaría con todo. La independencia y la libertad deben ser la primera condición al relacionarnos.
- Caramba compita, usted habla de una forma tan ilustrada que a veces no entiendo nada. A mí me gusta hablar claro y raspado, con el machete terciado en la cintura para que no se equivoquen. Por eso, es que ya no me quieren mucho en este pueblo, porque digo la verdad y la verdad ofende el Ego del individuo. No se dan cuenta que lo importante es el individuo, no la personalidad que asumen como un disfraz frente a la sociedad. Dígame, ¿usted conoce algún borracho que no diga la verdad? Mi Taita, en paz descanse, siempre decía …cuando quieras conocer a una persona bríndale una botella de Ron, veras como va brotando la verdad… Por eso es que no me quieren, me quitaron el nombre y me apodaron “Como Nunca”. ¡Le tienen miedo a la verdad! Por la verdad murió nuestro Señor. ¿o no?.
Cantinero, cantinero, sírvanos otro, que el amigo paga. -Dijo Como Nunca, en tono de voz alta, enredada y entrecortada por los efectos del alcohol.
- No, no, yo solo quiero otro café. Debo seguir mi viaje muy temprano a la capital. –Insistí.
- No hombre, no se preocupe tanto, si la capital está ahí, cerquitica en ese tren endemoniado.
- ¿Por qué le llamas al tren endemoniado? ¿Es que ha ocurrido alguna desgracia? –Pregunté
- Hasta los momentos no ha tenido accidentes, pero tengo mis sentimientos contra ese tren. Tengo motivos para no quererlo.
- Escuche amigo, hay culturas que piensan que la vida es solo un sueño, sin embargo, para mí la vida es una gran obra de teatro donde cada quien asume un papel que cambia según las circunstancias, es por eso que lo que ves de una persona no es la realidad o es la realidad que quiere que tú veas, jamás terminarás de conocer a una persona, eso hace que relacionarse con otros sea tan dinámico. Decir la verdad no tiene nada de malo, pero me pregunto ¿cual verdad?, la tuya o de quien te la contó o de quien la vivió. Debes tener exquisito cuidado cuando juzgas a las personas. La imprudencia de quien no sabe callar juzga sin contemplación al inocente, que por estar lejos, no se puede defender y lo expone como carroña a la intemperie acechada por zamuros hambrientos, seducidos por el olor de la carne. Como quien dice, lo expone al escarnio público, al que dirán de la gente, que a veces se divierte con la desgracia de otros. Además cuando juzgas a otros te juzgas a ti mismo, colocando más límites de lo que es bueno y lo que es malo en tu conciencia, que después no te dejan ser feliz. Somos concientes de lo bueno y lo malo pero debemos tener mucho cuidado con los límites, con las prisiones que hacemos nosotros mismos en nuestras vidas. Como quien dice, somos prisioneros de nuestra moralidad.
-No, no, si yo no juzgo a nadie, solo digo lo que veo o pienso de las cosas, o sea, desde mi punto de vista pues. No se me ponga serio. Échese otro traguito de café, hagamos un brindis, así imagino que me está acompañando a embriagarme, para seguir olvidando. Salud.
Aquel hombre, ya como un despojo de la vida producto de las miserias del alcohol, tenía un pasado interesante, algo truncó su buen camino, perdió el sentido de la vida y no supo continuar. En aquel momento sentí la necesidad de colaborar, aportando mi propia experiencia de vida para ayudarlo a buscar su puente al otro lado del camino, para que no se ahogara en la desdicha, en la amargura del pasado, cuando aún hay un sol radiante en su presente. Así que continué.
-Sus razonamientos tienen mucho de cierto, sin embargo, debo insistir cada individuo es un mundo singular y una relación son esos dos mundos intercambiando, interactuando, compartiendo afinidades y aceptando diferencias, para madurar y seguir caminando juntos. Aceptar las diferencias hace crecer y madurar las relaciones. Nadie tiene la verdad, nadie. En toda relación es necesario el calorcito, la caricia, el te quiero, el abrazo, el beso, el roce –no hay que suponer nada, cuando suponemos el amor y no demostramos el afecto, ahí empieza a morir todo, es cuando la carga empieza a hacerse pesada.
-Si usted lo dice, así debe ser, estoy desarmado pues. Para mí, ya es tarde, no hay vuelta a tras.
Contestó, mientras empinaba el vaso de aguardiente y pasaba las manos sobres sus labios para no dejar escapar ni una sola gota de alcohol.
-¿Qué tratas de olvidar con el alcohol? –pregunté.
-Esa es una pregunta impertinente, para alguien que trata de olvidar las penas, pero le voy a contestar. Estoy tratando de olvidar a ese tren. Ese condenado tren que me ha robado todita la felicidad. Le tengo más miedo a ese tren del cipote que al mismito Demonio bailando con la Sayona, un bolero pegadito pa´ repartirse las almas. Ave Amaría Purísima, que estoy diciendo. -Se persignó tres veces mirando el lecho, como suplicando perdón por invocar al Demonio.
-¿Cómo que el tren? ¿Qué culpa puede tener por sus penas una maquina?
-Sí, así mismito es, porque en ese tren una mañana se fue la mujer con los muchachos para no volver más nunca y pa´ colmo después se me fue el amor. Se lo llevó. Cuando estaba más enamoradito se me fue la otra detrás de un musiú, sí, de un catire que hablaba todo raro, de esos de la compañía Inglesa, que vinieron a construir el tren y luego se quedaron por aquí. Un día se la llevó, me dejó sembrado el amor en el pecho en pleno florecimiento. ¿Cómo se puede olvidar un amor florecido que no se ha marchitado? Aún no lo puedo creer, si usted me hubiera visto, es que parecía un carajito enamorado, es que si me pedía una estrella le bajaba el cielo completo, con todo y Luna. Así fue, así mismito fue y, ese dolor no sale nunca de mi pecho.
-Le voy a dar un consejo. El aguardiente no es amigo de las penas, porque es cierto al principio te desinhibe y te hace olvidar pero después que pasa el efecto te deprime más y te hunde en los laberintos de la mente. En un momento yo también perdí el sentido de la vida, nada me hacía feliz, nada me llenaba y lo tenía todo. Por eso estoy aquí, empecé un nuevo camino lejos de Europa, vine a este hermoso país en busca de un paraíso idílico, en busca de la esencia de mi ser, en busca del sentido de la vida y, sabe qué.
-Pues qué?
-Lo encontré de nuevo. Hoy mi vida tiene sentido, como nunca antes. La serenidad y la paz volvieron, el amor que siento lo toca todo, en este momento lo toca a usted.
-A mí, no, no, mejor me voy, que a mí no me gustan los hombres delicados. A mí usted no me toca pues. -Dijo Como Nunca, mientras me golpeaba con la mirada.
-No mal interprete hombre, me refiero al amor por el todo, por la creación y usted es parte de esa creación. Así, que como me sucedió a mí, le puede suceder a usted. Acepte hombre, olvide y jamás ponga su felicidad a depender de acontecimientos o actuaciones de otros. Empiece de nuevo que el destino tiene algo para usted. El sol sale para todos, aún las flores despiden su fragancia, aún los pájaros cantan cada mañana para recordarle que hay un nuevo día. Cada amanecer es una nueva oportunidad que nos da la vida para conquistar la cima.
-No, si yo me levanto tempranito con el canto del primer Gallo y las Guacharacas, que gritan más que mujer alborotada. Mientras pienso en todo eso que usted ha dicho, me voy a tomar otro traguito, mañana es otro día y solo espero que no se me olviden sus palabras, aunque usted no lo crea tengo buena memoria.
De pronto me acordé que no tenía hospedaje para esa noche, terminé de tomar el último sorbo de café, le di dos palmaditas en la espalda a Como Nunca, y salí….
<<Fernando, 1932. Cinco años después de su llegada a las Costas de Sagrario, impulsado por los instintos que le devolvieron el sentido a su vida.
Carlos Eduardo, visitó la estación en el 2002. Vinieron a su mente destellos del pasado.
(Cuando se pierde el sentido de la vida parece que todo termina, pero no es así, debes buscar y volver a comenzar.)
Relatos y anécdotas de Obsesiones de la Mente.
Parte de una historia oculta en mi inconsciente que cobra vida como ráfagas de luz que se presentan en el consciente al paso de los acontecimientos.>>
Jaime Fernando Verona González.