| Fotografia. Dinora G. |
En ese momento mi cuerpo se estremeció, como si algo me impulsaba, cada fibra de mi cuerpo fue tocada, la piel se me erizó y sentí la necesidad de subir las pequeñas escaleras que dan al ático, la suave brisa del mar se elevaba peinando los riscos de la escarpada montaña y entraba por las ventanas, los rayos del sol iluminaban la sala y las cortinas blancas danzaban al son de la brisa. En cada paso que daba en la pequeña escalera, los peldaños de madera rechinaban y sentía que el sonido me era familiar – ya lo conocía –a cada paso me iba transportando a un pasado que estaba en mi mente, que estaba en mi inconsciente, sentí una transformación en mi Ser, en mi Alma, islotes perdidos en la memoria se iban uniendo para comprender los caprichos de la existencia, estaba reviviendo una vida pasada -la vida de Fernando.
Intuía que la respuesta a todo estaba en este lugar, en esa habitación –después de tanta búsqueda, de un por qué, de los últimos años de mi vida sin sentido, sin lógica, de un fracaso en mi vida sentimental, al fin estaba a punto de descubrir que me trajo hasta este lugar, quien me llamó y para qué, entendería aquella fuerza que me sustrajo, que me motivó, que me hizo perder la razón, que me sacó de la rutina y me arrastró obligándome a venir hasta este rincón hermosísimo de la tierra, apartado de la civilización, con vistas de eternas primaveras, crepúsculos de ensueños sobre el mar Caribe.
-La pregunta que me hice algunos años atrás, hoy tendría una respuesta.
Llegué al descanso de la escalera, pude ver una delgada puerta de madera, muy antigua pero bien conservada, rústica pero muy hermosa, me paré frente a la puerta, posé mi mano sobre la cerradura esperando que abriera, así fue, me detuve instantes antes de entrar, sí estaba en lo cierto estaba a punto de descubrir un lugar misterioso y sagrado, celoso guardián de los secretos de una vida pasada, de mi vida anterior.
La emoción volvió a recorrer todo mi cuerpo, mis ojos se humedecieron, aunque no los veía sabía que brillaban, no pude esperar más y empujé la puerta, se develó ante mí una pequeña habitación iluminada por dos ventanas muy delgadas, una a cada extremo, perfectamente cerradas, de cristales rectangulares, protectoras de este lugar sagrado durante tanto tiempo, mi impresión es que el tiempo se detuvo dentro de estas cuatro paredes durante muchos años, sentía la presencia de alguien que no veía, no estaba solo, la luz del día entraba a la habitación, en cada paso me sucedía lo mismo que al subir las escaleras –sentía que había estado en este lugar, mis manos fueron tocando, sintiendo cada mueble, cada objeto, al fondo había un viejo y muy antiguo secreter de madera, perfectamente ordenado, una silla, aún doblado sobre el secreter un periódico envejecido, amarillo por el transcurrir de los años, pude leer la fecha -19 de Octubre de 1.945, quizás fue la última vez que Elena, entró en esta habitación, han pasado sesenta años, el titular reseñaba el Golpe de Estado contra el General Isaías Medina Angarita, ocurrido un día antes, una verdadera reliquia que no me atreví a tocar. Una pintura en la pared era el lugar más resaltante con los rostros de una mujer y un hombre, me quedé frente a la pintura con la mirada fija sobre los rostros, Jamaica, me había hablado de su existencia, era un retrato de sus padres, los rostros de Fernando y Elena. Observando cada centímetro de aquellos dos rostros la emoción se hizo más intensa, las lagrimas recorrían mis mejillas, estaba frente a Elena, la amada mujer que estaba en el inconsciente y seguro muy cerca de mí como una guía, como una sombra, mi Alma Gemela, si estaba en lo cierto me encontraba frente a mi propia imagen, reencontrarme con mi rostro en una vida pasada produjo una sensación que no puedo describir con palabras, estaba paralizado, solo en aquel apartado lugar, el corazón latía fuerte y muy acelerado.
Aquellos dos rostros, desnudaban ante mí sentimientos de felicidad, de dicha, como si la pintura hablara, como si la pintura me quisiera expresar la paz que esos dos seres encontraron en esa vida al juntar sus Almas. El rostro de Elena, morena, color café, de rostro sutil, de suaves facciones extraordinariamente hermosa, sin duda una mujer de belleza singular. Sentí la necesidad de tenerla entre mis brazos, de acariciar su rostro, de besarla, de tocar su larga cabellera, de palpar todo su cuerpo.
Algo me impulsaba a pensar que en aquella habitación, en algún lugar celosamente escondidas estaban las cartas de Fernando, y el escrito de un juramento, que Jamaica, me había confesado existían, una historia, un compromiso ante Dios, que forman parte de mi luz interior, de mi conexión con el todo, de lo que fui, de lo que soy, de lo que seguramente seré.
-Mi alma está en paz en este lugar, como si encontró de nuevo el rumbo perdido desde donde nunca debió partir.
(El enigma de la vida de Carlos Eduardo, en busca de una vida anterior para darle paz a su alma. Descubrir quien fue Elena, Fernando y Kay, en aquella vida, conocer a Jamaica, hija de Elena y Fernando, su único vínculo con las dos vidas, un puente para lograr entender todo lo que sucedía en su vida hoy. Año 2005, Carlos Eduardo, había cumplido 50 años)
(Los misterios de Obsesiones de la Mente)
Jaime Fernando Verona González.

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